Casa Carlos y Vecino. EPDA Existe un estudio de la riqueza territorial urbana de Casinos en el que se cita: “En el ejercicio del año 1920-21, la riqueza de este municipio importaba la cantidad de 16.628´50 pesetas el producto integro, y el líquido disponible alcanzaba la suma de 12.471,50 pesetas, con un total de contribución con los recargos de 2.772´30 pesetas.”
Siguiendo en el estudio del año 1918, fruto de las visitas a la Hemeroteca de Valencia, encuentro un artículo que publica el Diario Las Provincias el viernes 26 de abril de 1918, que de la lectura del mismo, se ve el claro reflejo en la sociedad, de lo que es la vida agrícola y ganadera. Esta crónica que escribió Enrique Tormo, analiza la situación en el campo: Un mal año de trigo. Habla del menosprecio de las industrias agrícolas auxiliares. Comenta el precio de los caballos que cuestan 1.500 pesetas. Da unas pinceladas a la ciudadanía rural y acaba con un soneto en honor del noble, probo y fidelísimo borrico que titula como < La glorificación del asno>.
La crónica de Tormo, en un exquisito lenguaje nos narra la vida rural y agrícola de aquellos años, así como los cambios que sufre la sociedad y lo expresa con las siguientes palabras:
“Este año es un desconsuelo el aspecto que ofrecen las trigueras paniegas. En las altitudes los trigales están enclenques. Verdeguean a rodales, pero las matas no ahijaron con brío y son copiosas las manchas enfermizas que amarillean a lo lejos. Las esporas que más difunden la roya parece que se inician sobre las hojas de la más excelsa de las gramíneas.
Ni el alforfón, ni el trechel ni el chamorro, ni el cañivano, ni el candeal, ponen esta vez en el alma campesina, una esperanza alentadora. El trigo temprano, presagia un fracaso; el tardío, tampoco anuncia la prosperidad futura. Y es que este invierno fue duro. Marcó el termómetro temperaturas extremas en Levante y en el Norte, en el Mediodía y en las dos Castillas; y por si no fuera bastante el rigor invernal, de una crueldad inusitada, la carestía de los abonos escatimó el alimento de la sementera y las plantas falta de nutrición, nacieron débiles y crecen desmedradamente en el llano y en la sierra.
Mal año de trigo
Pero el cultivador no está limpio de culpa. Claro que el abono potásico escapa, generalmente, a los medios económicos de la población rural; pero el estiércol y la sirle, la gallinaza y la palomina, no se producen con la abundancia necesaria para el cultivo de los cereales. El labrador olvida que las industrias auxiliares a la producción agrícola, puede hallar los recursos que le permitan hacer frente al sobreprecio de la potasa y del ácido fosfórico; pero es que también menosprecia la recría de los animales domésticos y no busca en los órganos de publicidad la orientación que ha de conducirle al éxito de sus afanes.
Las aves de corral, el ganado lanar y vacuno y las bestias de carga, no debieran faltar nunca en las haciendas de los agricultores. Y es que se ha roto la tradición. Antaño tras la yegua pelambrona o la parda borrica del rústico, tintineaba la campanilla del burdégano o del muleto y en el pesebre mugía el buey, y en el corral cloqueaban las gallinas. En las casas de campo, el palomar en pleno día se poblaba de arrullos, y al llegar la noche espumaba la leche en la cántara roja y se tañía en el redil cercano, la sinfonía del balido de las reses.
Hoy son otros tiempos. La yegua flaca y feota, pero recia y paridora, dejó su último aliento entre las astas de un toro bravo y su puesto ha sido ocupado por un magnifico caballo andaluz o navarro, avilés o bretón, del Ampurdán o de Cerdeña. El equus asinus es desdeñado por el campesino que tiene a gala el flamear la manta de vivos tornasoles sobre la grupa de pimpantes cabalgaduras de 1.500 pesetas. Como el grano se vende caro, se ha mermado el fomento de las palomas y las gallinas, los pavipollos y las ocas. Al ganado lanar se le moteja de “negocio engorroso”.
En los pueblos importantes que motean de blanco el verde tapiz de los valles inmensos, el labrador se va sacudiendo los viejos hábitos del hombre rural y se adentra precipitadamente en la ciudadanía que toma café todas las tardes, juega su partida de tresillo y fuma su puro de la “casporra”.
¿El campo con sus exigencias de cómitre de galeotes? Eso queda para la jornada mal oliente y piojosa. Bien es verdad que en las tardes abrileñas, en las cañadas y altozanos, son tibias y deliciosas; pero en el casino, se está mejor.
En esta bancarrota de las costumbres agrícolas, y de la industria madre, que nos da, aunque con kilos de 800 gramos, el pan nuestro de cada día, hasta el jumento ha sufrido el vilipendio de una postergación definitiva.
Pero he aquí que un espíritu noble y esforzado adelantándose a los acontecimientos y habida consideración del triunfo de tantos asnos con pantalones, volvió denodadamente por los prestigios del borrico. Y ello fue en un soneto munificente, blasón de la especie asnal, que debe difundirse para enseñanza de los más, consuelo de los menos y glorificación justa, aunque tardía, de un ser apacible, probo y fidelísimo…
¡Oh tu feliz cuadrúpedo que dejas,
de mansedumbre a todos por la cola!
¡Oh tú de la paciencia banderola
que ostentas el vaivén de tus orejas!
Tan grande es tu humildad que te asemejas
al manso, manso que de manso inmola;
y es tu genio simplón de tal estola,
que a todo el que te mira le amotejas.
¿Quién no se inspira en tu rebuzno insano?
¿Quién el mísero fue sin más anhelos
que la lira pulsó para el marrano?
¿Quién despreció al jumento sin segundo?
¿Quién canta u otro animal, ¡viven los cielos!
Cuando hay tantos borricos en el mundo?
Enrique Tormo.”
Al finalizar esta lectura se pueden aportar datos de Casinos de los primeros años de la década de 1950, y las diferentes clases de ganadería que teníamos eran: Mular 260; Caballar 53; Asnal 13; Lanar 577; Cabrío 361; y porcino 66, siendo un total de 1330 cabezas de animales que resultaba grabada en el importe de pastos de los montes y terrenos sobrantes de la vía pública en 30.000 pesetas, que aquellos años recaudaba la Hermandad de Labradores y ganaderos. Sin contar las gallináceas que se criaban en las casas particulares, con especial gracia y simpatía, recuerdo la gallina y sus polluelos, < la clueca, o lloca,> que sentada incubaba los huevos durante tres semanas.
Como anécdota final, cabe recordar cómo todo lo relatado en esta crónica , pudo vivirse en Casinos, desde la cría de animales de corral, como conejos, gallos, gallinas, pavos y demás animales domésticos, que atendían el sustento familiar proporcionando los alimentos derivados como huevos o leche, además de facilitar el abono de las tierras con el estiércol producido en el hábitat de los mismos.
Siempre es importante saber de dónde venimos, también es necesario conocer la historia y recordarla. Estos textos de un año complicado como fue 1918, nos devuelven a las viejas realidades y nos enseñan que la historia en muchas ocasiones, ya quedó escrita. Personalmente pienso que lo mejor que podemos hacer es aprenderla.
¡Que todos tengamos mucha salud, para poder seguir, viviendo, construyendo, recordando y aprendiendo!
Comparte la noticia
Categorías de la noticia