A la izquierda española le gusta hablar de la muerte. Vista su incapacidad para gestionar un sistema sanitario medianamente eficiente, junto a su absoluto desinterés para generar un sistema que promocione y proteja la maternidad como elemento fundamental en la lucha contra la despoblación y el mantenimiento, a largo plazo, del sistema de pensiones, prefieren centrarse en resolver los problemas invitándonos a un viaje exprés al otro barrio.
Con la investidura de Sánchez, hemos pasado de la obsesión por desenterrar a los muertos a un interés desmedido por enterrar a los vivos. No es que Franco ya no sea negocio para la izquierda, que ha sabido sacarle una rentabilidad exagerada a una etapa de nuestra historia con la que más de la mitad de los habitantes de la España actual no hemos llegado a convivir. Pero amortizada esa operación con la salida en helicóptero del Valle de los Caídos, tocaba ahora dar un nuevo impulso a la maquinaria propagandística de nuestro Gobierno. Y tocaba, por supuesto, hacerlo desde el planteamiento, por urgencia, de uno de los temas más sensibles para la ética de nuestro país.
No voy a ocultar que no soy partidario de una eutanasia en plan buffet libre. En absoluto me parece el reconocimiento de un derecho, sino más bien todo lo contrario. El derecho al que aspira cualquier español desde su nacimiento es el de vivir bien. Y eso no pasa por morirse cuando no se consiga, sino por reforzar un sistema sanitario basado en la vida y no en la muerte.
Los avances de la medicina facilitan la opción de los cuidados paliativos, donde el sufrimiento del paciente se reduce al máximo. Pero, además, se evitan problemas éticos que pueden llevarnos a tener que debatir cualquier día si nuestros padres, abuelos, hermanos e incluso hijos, deben seguir viviendo o ya es momento de que no.
Pero si a esto añadimos, que se pretende tramitar el proyecto de Ley por vía de urgencia, evitando así la obligatoriedad de los informes del Comité de Bioética y del Consejo de Estado, viene a quedar claro, una vez más, que poco les importa o cuanto desprecio tienen hacia el sistema de funcionamiento del Poder Legislativo.
Si, al menos, tramitasen por urgencia las medidas que precisa España para reactivar su economía, podria resultar comprensible. Pero no, como ya hizo Zapatero, esto lo dejarán para cuando todos los grandes países del mundo nos llamen para decirnos que ese no es el camino o, lo que es lo mismo, cuando ya sea demasiado tarde.
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