La fiscal valenciana contra los delitos de Odio, Susana Gisbert He leído esta semana una estadística según la cual nueve de cada diez mujeres han sufrido acoso en su entorno laboral. Confieso que mi primera reacción ha sido la de pensar en lo afortunada que soy por no haberlo sufrido ni conocer a nadie de mi entorno más cercano que lo padeciera.
Por supuesto, fue solo la primera reacción. Porque la segunda me llevó a reflexionar y pensar que tal vez no fuera así, que quizás sí que lo habría sufrido, o había sabido de alguien que lo padecía mi alrededor y ni siquiera había sido capaz de detectarlo.
Con una mezcla de tristeza y de estupefacción me di cuenta de que ese era el caso. Que no hace falta sufrir una persecución del nivel que vemos en algunas películas para ser víctima de acoso y, más importante aún, que no tenemos por qué aguantar muchas de las conductas que aguantamos.
¿Quién no ha soportado un roce o una palmada en un sitio más que inoportuno, alguna frase obscena o una insinuación que va más allá del inocente flirteo? Y ojo, no estoy diciendo que todo esto sea delito, sino que todo esto es acoso, aunque no siempre llegue al nivel de infracción penal, sobre todo considerándola de un modo aislado. Pero no hay ninguna razón para aguantarlo.
Lo que ocurre es que tenemos asumidos un montón de estereotipos sin casi darnos cuenta. Las relaciones entre médicos y enfermeras, pilotos y azafatas y jefes y secretarias son un buen ejemplo de esas cosas que hemos visto tantas veces en películas que acaban metiendo en nuestro subconsciente un patrón de machismo del que es difícil escapar.
Lo peor es que leo también que el 72 por ciento de las mujeres que padecen acoso en el trabajo no lo denuncian. Por miedo a muchas cosas, entre ellas, a perder el trabajo en un tiempo en que los empleos no crecen en los árboles precisamente. Y esto perpetúa estas conductas.
Ninguna mujer debería pasar por eso. Ninguna mujer debería ir a trabajar como si fuera un cordero al matadero, sobre todo si tenemos en cuenta que el trabajo es en muchos casos el lugar donde más horas pasamos.
Y nadie, desde luego, debería mirar hacia otro lado cuando esto ocurre. Porque hoy es ella, pero mañana podrías ser tú, tu hija o tu hermana. Y porque una sociedad que se precie de democrática no debe consentir esto.
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