Vicente Climent El principio del fin de un Gobierno se le aviene cuando sus gobernados empiezan a ser conscientes de que se gobierna sólo para una pequeña parte de ellos. Gobernar en favor de las minorías está muy bien porque todos somos hijos de Dios, incluidos los ateos.
Pero gobernar sólo para las minorías acaba por incomodar a las mayorías, que son las que, a la postre, te permiten gobernar. Cabe que el gobernante piense que las mayorías no existen. Pero se engaña: las masas precisas se conforman fácilmente con un número suficiente de minorías cualificadas unidas por un mismo fin, que suele ser el de que no se las desatienda. El Compromís municipal de Valencia, convencido con su primera victoria -pírrica; la segunda iba de suyo- de que ésta era su oportunidad histórica, y seguramente asumiendo que nada es para siempre, ha gastado todos los cartuchos de los que disponía en estos años convencido de que lo que iba a hacer no le permitiría posponer la acción para más tarde.
Era ahora o nunca, y ha sido ahora, sin mirar adelante, porque atrás ha mirado tanto como para que la tortícolis sea ya crónica. Y, claro, el PSPV, que sabe más de esto, y que se sabe el fiel de la balanza, se ha dado también cuenta de que hay que ir soltando lastre porque una tercera vez va a ser que no. Por eso Borja Sanjuán le llama a la cara “elitista” a Sergi Campillo en 8 Mediterráneo (tampoco es que se entienda muy bien el motejo, porque las bragas de la plaza no eran para la temporada 2022, la del diseño).
Por eso Sandra Gómez pacta con Fernando Giner derribar el monolito de la Odisea 2021 de Ribó, un monolito de parte, de parte de las minorías que son hijas de Dios aunque se crean estirpe del simio del Planeta de Schaffner. Por eso Giner se imagina cambiando el signo de los tiempos antes de tiempo, antes de que (otros) le agosten a él el tiempo.
Y de que se le agote a su molino de viento. Es el principio del fin.
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