Verónica Alarcón Me pregunto cuántos maestros habrá entre la masa que se ha presentado a las oposiciones para los cuerpos docentes que ha convocado la Conselleria estas semanas. Cuántos de ellos estarán a la altura de las pruebas y cuántos abandonarán sin completar el primer examen. Con este sistema, muchos serán llamados a las aulas sin haber sido capaces de superar el proceso. El término ‘maestro’ se ha desvirtuado por completo desde los tiempos de Sócrates pues creer que uno es merecedor de tal epíteto cuando se posee únicamente un título oficial es tremendamente preocupante.
Los maestros aprenden su oficio con la experiencia bajo la mirada atenta de otros maestros que fueron aprendices también. Acuden a los manuales de lomo ancho, papel de gramaje ínfimo y tipografía diminuta con el fin de ordenar lo aprendido con sus propias manos o indagar en las singularidades de la disciplina obteniendo respuestas a preguntas que jamás se habían hecho. Maestro es aquel que abre la puerta al conocimiento; el que pone a disposición de aquellos que le escuchan las herramientas para enfrentarse a las dificultades. Estos aprovechan cualquier situación para compartir y perpetuar sus aprendizajes evitando que éstos mueran con él. ¡Cuánto arrepentimiento mostrarán sus pupilos cuando la vida los ponga a prueba y recuerden el mensaje a medias! Apretarán los dientes con fuerza, les ahogará el nudo en la garganta y se tragarán su ego desmesurado deseando volver atrás.
El maestro enseña con ternura, paciencia y orgullo. Se irrita cuando se le cuestiona o ignora, pero sabe que, después de mil rodeos, los aprendices aplicarán sus letanías unas veces con curiosidad, otras con sorpresa o cierta incredulidad, pero la vida los llevará siempre a completar el sentido del mensaje. Porque el maestro predica en audiencias que tal vez no estén preparadas para entender la lección. Veinte años después, evoco los silencios bailando entre las exornadas palabras de mi profesor de literatura cuando intentaba transmitir en un aula llena de mentes pubescentes el misterio, vacío, pena y consuelo de Jorge Manrique al escribir ´Coplas a la muerte de su padre´. Y yo, querido maestro, hoy comprendí la lección al fin.
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