Susana Gisbert El título no es mío, soy consciente, pertenece a una película de época muy cuidada y oscarizada donde, si no recuerdo mal, un fantástico Anthony Hopkins interpretaba a un no menos fantástico mayordomo. Pero siempre me encantó la frase y hoy me viene al pelo.
La semana terminaba con un nombre en imaginarias letras fluorescentes: toque de queda. Con el permiso del simulacro de moción de censura y de alguna que otra cosa que pretendía llamar nuestra atención, el fantasma del toque de queda lo eclipsó todo.
Nunca un fantasma resultó tal real. Es posible que cuando estas líneas vean de luz, el toque de queda ya sea una realidad o esté a punto de serlo. Otra cosa más a apuntar a mi lista de aquello que pensé que nunca iba a vivir y que demuestran que la realidad siempre supera la ficción. Y este año, con un empeño desmedido, por cierto.
Confieso que me pasa como a Joan Ribó, el nombre no me gusta nada, hasta me produce escalofríos con esas connotaciones entre bélicas y dictatoriales. Pero tampoco me gustaba el de “estado de alarma” y no quedaba otro remedio. Y espero no seguir llevándome sorpresas de estas, que ya no me da la vida.
La cuestión es que la situación está mal, y hay que actuar. Antes de que sea tarde, o de que sea más tarde, según se mire, porque los que se han ido ya no van a volver, por desgracia. Y nadie quiere que eso se repita.
Ahora toca el toque de queda, valga la redundancia. Algo que pude parecer poco importante pero lo es mucho. Se trata de no salir de casa a partir de las 12 de la noche. Tampoco es ninguna novedad, si lo pensamos bien. Ya Cenicienta lo adelantó, mucho antes de que lo hicieran los Simpson, que siempre lo predicen todo. Y ahí sigue, dejándose ver con su vestido de purpurina y su zapatito de cristal que, además, es irrompible.
Así que, si Cenicienta pudo, también hemos de poder. Estaría bien que el gobierno al que corresponda consiguiera que a las 12 en punto los trajes se convirtieran en harapos y los coches en calabazas, pero no creo que puedan. Con lograr que aparezcan policías que controlen que no se infrinjan las normas ya tienen suficiente.
Cuando se nos acabe la paciencia y nos inunde la desazón siempre podemos acordarnos de Cenicienta. Ella también tenía que estar a las 12 en casa y tuvo un final feliz. ¿Por qué no nos va a pasar igual?
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