Cristina Bru. EPDA Con ocasión de la celebración el próximo 25 de noviembre del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, el artículo de hoy no ahonda en la función jurídica que presta el Notario en diferentes ámbitos de nuestra esfera privada.
Nuestra actuación, salvo excepciones, tiene carácter rogado, es decir, intervenimos previo requerimiento por parte de quien se supone capaz y presta un consentimiento libre que es el preludio de cualquier acuerdo o contrato. Todas las personas tienen la llamada capacidad jurídica, que le permite ser titular de derechos y de obligaciones, pero no todos ostentan la llamada capacidad de obrar, que es la aptitud para poder ejercer estas facultades y deberes. Por ejemplo, carecen de ella los menores de edad no emancipados (salvo excepciones) y quienes tienen su capacidad modificada judicialmente, sometidos a tutela o a curatela.
¿Y si la voluntad de quien aparentemente sí está capacitado está viciada? En nuestra práctica diaria es difícil afrontar situaciones en las que intermedie violencia, intimidación o dolo, causas que anulan el consentimiento, dejando sin efecto el negocio realizado. Los notarios juzgamos esta capacidad, pero desconocemos si la persona que firma ante nosotros viene previamente coaccionada por una fuerza irresistible o el temor racional y fundado a sufrir un mal inminente en su persona o bienes o si es inducida por palabras o maquinaciones insidiosas. Todo ello manifestaciones de la violencia de género que lamentablemente siguen existiendo en el seno familiar y que de conocer, va de suyo, negaríamos la autorización que se nos reclama.
Más común en esta profesión es el prejuicio, llámese clasista o sexista, que encasilla la figura del Notario en el típico señor mayor, serio y por qué no decirlo, sosegado. Cito una frase que leí en el artículo ‘La cazadora que reescribió la prehistoria’ de Miguel Ángel Criado que dice “la división del trabajo por género es más un producto de las normas sociales que de la biología o la psicología.” La privación a la mujer del acceso a la formación y educación ha determinado que durante siglos la profesión del notario, iniciada con los antiguos escribanos, se haya desempeñado por hombres. Pero ni en este trabajo, ni tampoco en el más arduo y exigente físicamente se exige fuerza. Se requiere capacidad. Yo le debo ser quien soy a mi madre, notario de profesión, que priorizó el sacrificio de intensos años de estudio y no se rindió ante la adversidad, siendo un ejemplo de constancia, diligencia y lealtad.
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