Vivimos en tiempos inestables, caóticos,
confusos. Ya llevamos muchos días de confinamiento en nuestras casas con
nuestras familias en el mejor de los casos y muchas personas solas, sin nadie
que les anime, les apoye, les escuche o simplemente les sonría para dar los
ánimos que todos necesitamos para superar estos días de reclusión obligatoria y necesaria para
poder contener esta pandemia mundial.
Los impactos informativos que recibimos son
constantes, diarios, al minuto, de forma, en ocasiones, abusiva. Por no hablar
de la televisión convencional. Pero la gente, recluida en sus hogares, necesita
comunicarse. Y es totalmente lícito. El covid-19 lo invade todo, no únicamente
los abarrotados hospitales españoles donde, cada día, miles de facultativos
como médicos, enfermeras, celadores, personal administrativo entre otros muchos
que “viven”, literalmente, en el hospital para ayudar a otros.
Son tiempos difíciles. No estábamos
preparados para esta pandemia que asola al mundo entero. Un momento tristemente
excepcional donde también emergen actitudes excepcionalmente positivas.
Admiro al psiquiatra austriaco Viktor E.
Frankl. Falleció en 1997. Fue superviviente del campo de concentración nazi de
Auschwitz. Vivió el exterminio de su familia; padeció las peores atrocidades
dentro del campo de concentración y estuvo cerca de la muerte muchas veces.
Aprendió del sufrimiento humano llevado al límite y como sobrellevar ese
sufrimiento que nos lleva a florecer lo mejor y peor del ser humano.
Su mensaje se centra en nuestra capacidad
para superar la adversidad y aprender a construir una vida con sentido más allá
del sufrimiento que nos circunda para nosotros y para los demás. Les recomiendo
su clásico libro “El hombre en busca de sentido”. Lo he leído varias veces, lo
he regalado otras tantas y siempre está en mi librería porque con cada lectura
aprendo algo más de la fuerza de supervivencia que los seres humanos tenemos.
Como dice Frankl: “La última de las
libertades humanas, la libertad esencial, es aquella que nadie nos puede
arrebatar: la libertad de elegir nuestra actitud sean cuales sena las
circunstancias que nos rodean por difíciles, dolorosas o complejas que éstas
sean”. Me quedo con esta magnífica frase de este psiquiatra vienés.
Podemos decir entonces que la capacidad de
resiliencia (capacidad de adaptación a las circunstancias) se mide frente a los
obstáculos que la vida nos pone frente a frente.
Curiosamente estos días he podido observar un
caos con cierta armonía. El caos del cierre de establecimientos, empresas que
han tenido que acogerse a los ERTES (suspensión del contrato laboral de sus
trabajadores de forma forzosa y por necesitad de las circunstancias que estamos
viviendo), organización a marchas forzadas del teletrabajo, tratando de
continuar la actividad profesional de forma cotidiana con unas jornadas más
flexibles.
Muchas veces la actividad profesional no
permite el teletrabajo. Necesitamos un tiempo para adaptarnos a esta nueva
situación. Es normal y razonable. Es un cambio de paradigma profesional y,
lógicamente, vital.
No dejaré pasar esta gran oportunidad de
agradecer de todo corazón a cada sanitario o personal sanitario que están en
primera “línea de fuego” en los Hospitales en toda España exponiendose día a
día al covid-19 en favor de los ciudadanos. Una buena amiga médico está
trabajando 98 horas a la semana para poder atender la avalancha de enfermos que
le llegan a su consulta. Una locura. ¿Cómo un médico puede sobrellevar 98 horas
a la semana un ritmo frenético de trabajo para garantizarnos salud?
Personalmente y dirigido a ella, como a sus compañeros del Hospital La Fe de
Valencia: ¡Gracias Rosa por tu trabajo sin cuartel!
Aplaudimos cada día desde nuestros balcones o
ventanas la labor de tantos profesionales de la salud pública, así como todos
los trabajos que atienden nuestra seguridad y bienestar.
Muchos vecinos de mi barrio colocan carteles
de apoyo personal y comunitario para ayudar a las personas más necesitadas: las
personas mayores que viven solas para lo que puedan necesitar: hacer la compra
por ellos, por ejemplo. Un acto más de solidaridad individual pero también
colectiva. Todo mi edificio está organizado para que las personas más
vulnerables no less falte comida en sus neveras y otras necesidades básicas.
Para que se sientan menos solos y desamparados.
Y mientas las calles están vacías y los
negocios con las persianas bajadas, cuando España se siente más frustrada que
nunca queremos creer (lo necesitamos como sociedad) que este virus lo
superaremos unidos. Una situación compleja que nos está sirviendo para valorar
las pequeñas cosas de la cotidianidad del día a día.
Tenemos que estar más unidos que nunca y
dejar las rencillas políticas que muchas veces separan a nuestra sociedad. Lo
digo como ciudadana y como periodista donde mi función es informar de la manera
más rigurosa que pueda. Las opiniones son libres; los hechos no. Seamos
conscientes de los hechos: quédate en casa y ayuda de la mejor manera que
consideres a los demás. Y recuerden: sonrían. Es gratis y anima a quien la
recibe. Dar las gracias por estar sanos. Y aprender a convivir con esta
situación que nos confina en nuestras casas.