José Forés. Llegaba Pedro, el pasado miércoles 29 de julio, a una de sus sedes laborales. Porque Pedro tiene dos oficinas. Es un tío ocupado. Hacía calor. Mucho. Como corresponde, llevaba una mascarilla. Era blanca y con una bandera de España. Porque él es muy español. Bueno, él es lo que le conviene en cada momento. El caso es que ahí estaba, en uno de los centros donde deja constancia de su inteligencia. Porque tonto no es. Estaba rodeado de colegas. De muchos colegas. De demasiados colegas, diría yo. Puede, incluso, que como tiene un ‘puestazo’, en realidad, muchos de esos colegas no sean mas que acólitos y pelotas que aspiran a subir puestos en la empresa a poco que sepan moverse con las altas esferas. Pedro es alto. Buena percha tiene el tío. Pedro sonríe. Sabe que está en su mejor momento. Ha conseguido un buen acuerdo para la ‘empresa’. Ha tenido que porfiar con unos piratas holandeses, pero gracias a la ayuda de la jefa suprema y del segundo de a bordo, un francés bajito y listo, lo ha conseguido. Sabe que va a ser difícil desarrollar el documento que guarda en su reluciente maletín. Pero no le importa. Unos días atrás, en el jardín de su mansión alquilada, mientras tomaba un zumo de tomate, recordaba sus peores días. Cuando la vieja guardia lo despidió de malas maneras, de su otra empresa. Los veteranos no soportaban sus juegos con los ‘malotes’ del sector, unos kamikazes que gustan de ir a por opas hostiles sin importarles el daño que hacen a sus accionistas. Aún tiene pesadillas. Pero los recuerdos no siempre son amargos. La sonrisa irónica emerge en su rostro. Después de aquello, el tío se camufló con nuevos ropajes en esa empresa. Junto a unos pocos empezó a abrirse camino al último piso. O era el segundo. No se. Esos cuatro amigos o no, que aún creían en él o que, simplemente, no tenían otra cosa que hacer, se convirtieron en sus fieles escuderos. Ahora están en el consejo de administración de esa y de la otra ‘empresa’. Nadie sabe muy bien como lo hizo. Estaba muerto, pero llegó a la meta.
Desde entonces, todos lo respetan o le temen, siguen hablando mal de él, pero es su líder, y los grandes accionistas le respaldan. Ahora mismo, es intocable. Y no parece que tenga intención de moverse. Huele a ganador. Es un director general de esos que saben negociar con el que no le deja dormir, pero también con quien hasta hacía dos días, ni se molestaba a sentarse en la misma mesa. Cómo controla el tío.
A sus rivales les tiene pillada la medida. Tampoco hace falta mucho. Entre ellos se matan y pierden clientes a marchas forzadas. A Pedro le sonríe la vida, tanto que ese miércoles se pasó por el forro de los pantalones las restricciones de aforo en su curro. Se llevó a todos sus colegas a la gran reunión. Qué importa que no se pueda, que esté prohibido. Tenían que celebrarlo. Cava del Levante incluido. Joder. Había conquistado Europa. Y ¿los brotes? ¿la cifra de muertos? ¿el paro? Qué coño! Qué hemos estado mucho tiempo confinados. Un día es un día. De lo otro, ya hablaremos.
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