Héctor González. /EPDA Cada ciudad despunta por sus propios olores y sonidos. Muchos resultan genéricos y fácil de inhalar o escuchar en otras urbes, como todos los relacionados con el tráfico (tubos de escape, pitidos y tránsito de vehículos), o los propios de los hornos (cada cual con su singularidad y recetas) y su pan recién elaborado.
Y en el caso de las ciudades costeras, su aroma a mar (que en Valencia se respira de final de la avenida del Puerto en adelante), su revoloteo de gaviotas, las sensaciones de caminar por un paseo marítimo, de respirar los efluvios de pescado a la parrilla...
A ello se suman otras circunstancias, como el tañido de campanas en localidades de tradición católica, el bullicio de conversaciones en espacios céntricos con cafeterías y cervecerías repletas, los ruidos generados por viento o lluvia, las corrientes más o menos especiadas que provienen de cocinas con propietarios de gustos diversos en el interior de los edificios… y podríamos seguir llenando párrafos casi sin límite
No obstante, si singularizamos Valencia, ¿con qué olores y sonidos la identificamos? Lo percibimos mejor sin duda cuando los echamos en falta al viajar o vivir fuera. Desde luego, el de la mascletá fallera resulta inconfundible, con su posterior emanación de pólvora tan peculiar. La sensación de tardes estivales de poniente, con su sabor a bochorno, no es única aunque sí penetrante. ¡Y qué pocas veces el delicioso aroma autóctono de paella a leña no nos abre el apetito!
La singular y potente luz solar que barre las calles y que tanto añoras cuando no la tienes no se disfruta por medio de la vista o el oído, sino que más bien lo engloba todo. Y se paladea especialmente en esas sillas y mesas al aire libre en locales en los que echamos incontables horas de conversación y donde tantas cervezas calentamos.
Sobre esa base genérica, que podríamos extender al piar que enmarca los paseos a primera hora del día por el Jardín del Turia o al rezumar de jazmín u otras flores que en ocasiones -cada vez con mayor frecuencia, por desgracia- nos sorprende, podríamos añadir la que ha acompañado a cada cual. La de los sonidos y olores de su propia casa, su pequeño mundo en una ciudad año a año más cosmopolita.
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