Paula García Mientas escucho la banda sonora de El Paciente Inglés no puedo evitar que
me inunde una extraña sensación de pérdida. Igualmente, también evoca
preguntas. En la tranquilidad de mi apartamento indago sobre qué es lo que
más asusta a las personas. En mi opinión, es el tiempo. El tiempo mesura lo
que hemos aprendido. No somos inmortales, algo que deberíamos decirnos
como mantra cada mañana con la energía que puede fluir en ese “cada
mañana”.
Hoy hablaba con una persona a la que quiero mucho que los pequeños
avances, que por minúsculos que pudieran parecer, son progreso, y además,
progreso en toda regla. El tiempo nos enseña muchas cosas. Es el tesoro
más preciado que tenemos.
Presuntamente no hay ni tenemos más que eso, tiempo. Dos opciones: o le
sumas o le restas a tu vida.
Y no me refiero a las circunstancias que te
rodean, sean las que fueren, sino a lo que realmente aporta o suma en
nuestra vida, cada uno la suya y cómo quiere vivirla. Es cuestión de decisión, voluntad y coraje. Pero a veces nos fallan.
El tiempo nos enseña, aunque se nos pase la lección de que la experiencia
vivida probablemente no haya sido, es o fuera a ser la que nos habíamos
imaginado. Y doy gracias por ello. El tiempo es lo que nos permite ser conscientes, de algún modo, de que tenemos fecha de caducidad; que nuestras
exhalaciones están contadas.
Hay personas que luchan contra el tiempo sin
un argumento de vida sólido y bien alicatado. No es fácil con tanto impacto
informativo (que puede rozar el absoluto opio del pueblo). Afortunadamente
cada cual es libre de dirigir su camino. No es ésta la cuestión a juzgar.
El tiempo nos da alas o nos hunde en el pozo.
Al decidir cómo te sientes decides si inviertes agradablemente el tiempo o no, si lo lo haces de manera
significativa, o si sencillamente lo dejas pasar sin pena ni gloria. Es crudo
pensar que habiendo personas que han padecido más que tú con diferencia,
nosotros no tengamos la capacidad de agradecer cada día el milagro de estar vivos, de sencillamente respirar, de tener la grandiosa oportunidad de
experimentar, sentir, agradeamar, sonreír. Vivir.
Ojalá el tiempo nos enseñara la paradoja de vivir en un mundo que tiene de
todo y disfruta de poco. Es duro aceptarlo. Pero es una realidad, la hayas
vivido, estés viviendo o vayas a vivir (espero que no). Una realidad no es
aplastante. No tiene por qué serlo. A veces parece que no tienes opciones.
Una grave enfermedad o una muerte traumática te sesgan las posibilidades.
Aún así el tiempo también ofrece la capacidad de aceptación o innovación de
realidades.
La parte innovadora del tiempo y de su imparable dirección hacía adelante;
lo que peculiarmente puede llevarnos a no ver que podemos reinventarnos.
Nada es de un día para otro. Hay que ser paciente con uno mismo para
obtener buenos resultados.
Febrero parece un mes que cuesta. O así he escuchado y así lo he sentido
también en ocasiones. El segundo mes del año. El 2020 puede tener grandes
posibilidades para tu vida. Únicamente depende de ti. Un entorno favorable
lejos de gente o ambientes tóxicos para tu paz mental. En la medida que
cada uno pueda; esto no es una carrera de velocidad sino de fondo.
Uno
marca sus tiempos.
Es hora de repasar la lista de propósitos del año, ser realistas y honestos con
nosotros mismos para reajustar lo que debe ser reajustado para lograr un
camino fluído hacia nuestros objetivos. A veces los objetivos cambian y no
pasa nada por ello; elige otra sintonía y adáptate al nuevo entorno.
Cada año es un nuevo momento, aunque haya personas que ni lo viven ni lo
quieren entender así. Sonríete, mira el “lado brillante de la vida”, (canción de
la película La Vida de Bryan) y replantealo que te pica, lo que te molesta, lo
que te angustia, lo que te paraliza, lo que te anestesia emocional y neuronalmente. Plantéate claramente cuáles son tus batallas, hoy y para el
resto del tiempo que te quede, aquellas que puedas afrontar. Una, dos; las
que sean. Pero digeribles para una vida sana y adaptada.
Para todos aquellos que afrontan retos y los superan cada día.
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